El viejo centro histórico de Trujillo alberga uno de los lugares más bellos e inigualables que se puedan encontrar, esta galería es capaz de atrapar a la persona de corazón duro, ese sitio es llamado “El museo del juguete”.
Viajar en el tiempo es una obsesión que el humano tiene desde décadas, cada uno de nosotros tenemos una etapa feliz en nuestras vidas, para algunos es la universidad, la salida con los amigos, los viajes tipo mochileros que se realizaban con ¨la colla¨, otros recuerdan con nostalgia su adolescencia, sobre todo el colegio, precisamente la secundaria en donde se empezaba a vivir las primeras experiencias de la vida, tales como el primer amor, la primera salida entre amigos, los quinceañeros, entre otras cosas. Sin embargo, hay una etapa en la que innegablemente todo ser humano fue feliz, mejor dicho, en su gran mayoría, ese llamado inicio de la vida en la que nuestra única preocupación es jugar, reír, dormir, ver dibujos animados, etc. A eso se le llama la infancia.
Es la llamada etapa más feliz que puede sentir toda persona, la inocencia que no nos hacía ver lo malo del mundo, todos ante los ojos de nuestro niño pasado, veíamos las cosas con transparencia, pero hay algo que siempre acompañará a los infantes, sea cual sea su condición social, un objeto de entretenimiento históricamente popular, el famoso juguete. No importa el material sea de trapo, madera, plástico, tela, siempre tendrá el mismo valor, incluso, cuando crecemos y volvemos a ver lo que alguna vez fue nuestro objeto favorito de nuestra niñez.
LLEGANDO AL GRAN LUGAR MÁGICO.
Hace unos días, saliendo de la universidad, decidí pasear por las calles del siempre hermoso centro histórico de Trujillo, todo era tranquilo, no había nada de tráfico, la gente alegremente caminaba a relajarse, entonces me percaté de un muro azul fuerte, desde que era niño contemplaba esa casona, parecía que todo el mundo ignoraba, nadie le tomaba importancia, me quedé observando un largo tiempo y leí el cartel con letras vintage de los años 20, era “El museo del juguete”, de niño en el jardín recuerdo que me llevaron de excursión a ese sitio, por supuesto, todos estábamos emocionados y queríamos llevarnos algunos muñecos de las vitrinas, dentro de mi inocencia ya me había dado cuento que el sitio no era muy difundido a pesar de ser el único museo que hay en el Perú. Luego tener ese recuerdo decidí entrar, tenía la misma entrada y subida de escaleras, todo era oscuro, al final se veía un cartel lleno de colores sobre un muro de color carmesí, sentí una tranquilidad enorme, el ambiente era caliente, con una calefacción muy natural, vi la puerta de madera y vidrio, me puse a buscar algún timbre, no encontraba nada parecido, hasta que me di cuenta de una tira, me dio curiosidad, empecé a jalar de ella y sonó una campana, es ahí donde recordé que su modo de llamar a la puerta era un estilo muy medieval, me hizo sentir como en el Siglo XIX, una chica muy amable me atendió, su nombre es Liz Aponte Chávez, muy servicial y de gran sonrisa me hizo pasar a tan mágicas paredes.
LA GUARDIANA DE LOS JUGUETES
En el interior del museo, a pesar de sentirme observado por los muñecos, tuve una sensación de positivismo, fue un viaje en el tiempo, por mi mente pasaban todos los juguetes que tuve de niño y de los que hasta ahora poseo, desde muñecos de la más alta calidad de material hasta de trapo, todos tenían un significado de nostalgia, bicicletas retro, tocadiscos, piezas publicitarias de los años 60 de los países en donde viajó el señor Gerardo Chávez, creador de este lugar de infancia, la guía empezó a explicar el propósito del lugar, le empecé hacer una serie de preguntas, me explicó su motivación de estar acá, según sus propias palabras
“Conocí al señor Chávez por mis estudios, él buscaba personal para laborar en el museo de arte moderno de Trujillo, pero fue cerrado por el fenómeno del niño y pasé a trabajar aquí, en este lugar aprendí mucho acerca de los juguetes, cosas que ni pensaba existían, poco a poco busqué información a través del internet, sobre las fábricas y la importancia que tiene el juguete en sí”.
Ella al igual que todos los visitantes percibe el ambiente del museo “es un lugar especial, en estos juguetes quedaron muchas de las emociones y sentimientos de los niños, además, encierra la etapa más bella del ser humano que es la niñez, mucho de estos juegos quizás desconocía, pero aprendí no solo de los visitantes sino también de los antiguos trabajadores que laboraban y gracias a ellos mis conocimientos en juguetes aumentó más”.
La señorita Liz era una chica muy servicial, atendía con gran humor a los visitantes, explicaba amablemente las secciones del museo y siempre le gustaba responder a las dudas de los curiosos que preguntaban constantemente, conversar con ella daba una sensación de tener una amiga a lado, una guardiana que cumplía dignamente su labor de ser la cuidadora y guía de este sitio lleno de reliquias.
PASILLOS Y SECCIONES
Este mundo místico está dividido en 4 secciones, cada pasillo transmite una sensación diferente, pero siempre manteniendo la misma magia del lugar, la primera sala que observé fue el salón femenino, con sus paredes de color crema y diseño de flores se apreciaba aprecian muñecas, juegos de té, casitas de muñecas, artefactos de uso doméstico en miniatura y los tradicionales yaxes. Este ambiente recrea épocas de la infancia en aquellas niñas del ayer, abuelitas del ahora. En este punto me sentía observado por las muñecas sus ojos fabricado con material de vidrio aumentaba el realismo, figuras de niñas proveniente de china con su kimono. En la parte donde se encontraba la mesa de la guía se observaban posters de los diversos museos de juguetes de distintos países a los que viajó el señor y artista plástico Gerardo Chávez. Lo que me llamó más la atención de esta sección fue una muñeca que miraba fijamente como si me siguiera con la mirada a donde iba, sentía curiosidad por este juguete, hasta cierto punto parecía que una niña de verdad estaba en la vitrina, tenía su atuendo negro con cuello rojo, le daba un toque de elegancia y sabiduría a esta simpática muñeca.
El salón masculino era la segunda sección que se encontraba al frente, en sus vitrinas se encontraban, barcos, aviones y en especial los carritos. Los clásicos “chachi cars” y triciclos de los años 1970 estaban en exhibición, entre toda la colección lo más llamativo era un carro con un muñeco de payaso, con su cabello de colores, su ropa llamativa a rayas, maquillaje que lo hacía muy real y su gran nariz roja, además de su gran sonrisa que contagiaba a todo aquel que lo veía. Los amantes de los sistemas ferroviarios quedaban impactados con las enormes locomotoras y vagones que datan de inicio del siglo XX, dentro de la colección aprecié lo clásicos trencitos de la famosa marca Märklin que fueron elaborados en Alemania. Otra de los objetos más curiosos era la presencia de una enorme bicicleta de los años 1800, con una rueda enorme y otra pequeña me sentí en una película de época, las ganas de subirme eran enormes, sin embargo, el cartel de ¨no tocar¨ me lo impidió.
El salón preinca fue mi favorito, preferí entrar a ese antes que, a la sección popular, se visualizaba una vitrina parecido a un juego de ajedrez, muñecos hechos de lana y tela, cocido con colores y figuras muy curiosas, la más llamativa fue un muñeco de la cultura chimú que se asemejaba mucho a un Tumi, con sus coletas de lana y su sonrisa roja curiosa, me hacía sentir mucha más curiosidad por la historia del juguete.
FIN DEL VIAJE Y UN HASTA LUEGO DOLOROSO
Después de estar en tan mágico lugar me despedí de la guía ella amablemente me abrió la puerta, es en eso que, volví a mi realidad, las responsabilidades, los problemas y trabajos de la universidad volvieron a mi cabeza. Aquella sensación mágica que sentí solo se puede experimentar en el hermoso “Museo del juguete” un lugar al que se tiene que ir obligatoriamente al menos una vez en la vida.